LA LUNA Y LA MADRE EN LA CARTA ASTRAL
Los ciclos de la vida son los ciclos de la sangre y eso es algo intrínsecamente vinculado a la luna y a la madre.
Según la tradición oral, la especie humana apareció en la
tierra una noche de luna llena. En esa noche oscura el creador habría moldeado
a sus seres predilectos y les habría dado el poder de crear, de destruir y de
reconstruir. Para los humanos, al igual que para todas las criaturas de la naturaleza,
la concepción, el génesis primero, la explosión de la semilla por la fuerza
vital, se produce en la oscuridad, en la noche del tiempo, en el abismo de las
tinieblas. La oscuridad es la misteriosa madre de la creación y la luna es su reflejo
uterino, el ojo de la matriz que observa siempre la tierra sobre la que apoyan
nuestros pies.
Cuando veo la posición de la luna en una carta astral analizo la forma en la que esa persona canaliza sus emociones. Eso no es algo para nada aleatorio puesto que la luna natal de un individuo indica por sobre todas las cosas la influencia de su madre en el desarrollo de esas emociones. Es asombrosa la correspondencia de la posición de la luna de un individuo con la posición de la luna en la carta de su madre. Cuando les digo el signo solar de su madre, la relación que han tenido con ella y la relación de ella con el padre, la mayoría se queda asombrada. No es para menos. La luna es, de todos los elementos de una carta astral, la clave para entender cada uno de los conflictos en cada una de las áreas de la vida.
El satélite madre es la madre satélite, la que siempre está
girando alrededor nuestro, la que se preocupa por nosotros, la que nos
sobreprotege, la que nos marca los tiempos de la comida, del sueño, del baño,
del trabajo y del amor. Es la que nos enseña todo lo que necesitamos para
sobrevivir, es la que nos ilumina las noches, intensa cuando está llena y
sigilosa cuando está nueva.
La órbita de la luna en puntos de cruce con la órbita de la
tierra es la que determina la posición de los eclipses por los puntos nodales de la intersección, que cambia cada dieciocho meses y siempre es en ejes opuestos de los seis pares que conforman los doce espacios de 30º en el círculo astral. Esos puntos nodales
están vinculados al karma arrastrado por el árbol genealógico y es un reloj de
agua extremadamente preciso en lo que hace a las decisiones trascendentales que
tomamos en la vida. Digo bien. Las decisiones trascendentales de nuestra vida
están influenciadas por la luna y por nuestra emoción vinculada a la
pertenencia y origen maternal, a través de los ciclos lunares.
Las mujeres, como las fases de la luna, entendemos los
momentos del tiempo con los ritmos de la sangre. Las civilizaciones ancestrales
no sólo hacían de esto un culto femenino y de vinculación al proceso creador de
la naturaleza, sino que los hombres honraban aquello como un altar inviolable.
Las mujeres que eran esposas de varios hombres y tenían hijos de todos ellos,
se reunían con las féminas menstruantes a compartir el espacio en el que ni un
solo varón tenía permiso a acceder. Allí reían, cantaban, contaban historias,
se consolaban, se aconsejaban y nutrían la naturaleza esencial de la creación
que portaban en el útero sangrante. La cultura fue tapando esto por sucio,
impuro, malo.
La sangre no sólo es vida, a veces es muerte, a veces es
alerta y siempre está asociada a un dolor. El dolor de ser mujer, de parir, de
no gestar, de enfermar y de envejecer. Hay dolor cuando aparece y también cuando no está. La sangre nos señala, nos indica, nos habla.
Cada etapa de la vida con una luna dominante, cada luna con
una historia vinculada a la madre y también a la hija. Y si hablo en estos
tiempos de madres y de hijas no excluyo a los varones, que también sangran por
otras razones y distintos lugares. Los hombres también tienen un espacio creador en el que habita la naturaleza de la oscuridad, de la luna, del proceso vida/muerte/vida. La luna es el espacio femenino del ser, el
espacio sensible, del que llama a la reflexión sobre los asuntos del alma que
habita por igual en machos y hembras de la naturaleza.
Cuando llegan los hijos, lo hacen con sangre y así también
se van. Así perdemos a los que no nacen. Así se inician los que crecen. Y en el
útero lunar materno se refleja ese aguijón punzante que late. En el útero habita la sabiduría
que conoce del proceso vida/muerte/vida como el espiral de la creación
reproduciéndose en fractal infinito.
En la sangre está el misterio sagrado para entender todos
los demás misterios y por eso la luna es la llave al inconciente, a la emoción,
al espacio creativo y creador, al niño interno y al éxito de todo lo que
gestamos.
En las cartas astrales se analiza la fase en la que estaba
la luna no sólo en el momento del nacimiento sino, por ello, claramente el
momento de la concepción. Ese ciclo es exacto, no hay nada en la naturaleza que
escape a la puntualidad del ciclo lunar. Incluso en partos prematuros, porque
analizando la luna de concepción claramente se ven los tránsitos que marcaban
ese nacimiento antes de lo esperado aunque, por la sabiduría de la naturaleza,
igualmente en el tiempo exacto.
Los ciclos de la luna son los ciclos de la sangre. La luna
no sólo marca el inicio de las menstruaciones femeninas sino que las rige hasta
la menopausia. La luna rige el momento de los embarazos, el momento en el que
nos enamoramos, el momento en el que enfermamos y sanamos, el momento en el que
los hijos se van, los momentos de crisis, de transformación, de resurgimiento.
La luna rige a Cáncer, sólo a ese signo que parte en dos
nuestro calendario gregoriano. Cáncer es la luna en su máximo apogeo emocional.
Nos muestra lunas fuertes, demandantes, matriarcales.
He visto lunas opacadas por soles, violentadas por Saturno y violentas con Marte, heridas por Kirón, suavizadas por Venus, con inteligencias mercuriales, dominantes con Júpiter, excéntricas con Urano, profundas con Neptuno y silenciosas con Plutón. He visto lunas de cuartos menguantes autodependientes y también con cuartos crecientes de implacable optimismo renovador.
La luna es el origen, el norte y el destino. La luna es el
don creativo, la vasija que recibe y el cántaro que da. La luna es el agua que
nos mantiene vivos, la fuerza de las semillas, la oscuridad de las crisálidas y
la victoria en noche oscura del alma. La luna es la Pachamama abrazando a la Virgen
madre y la sangre de la Madre virgen regando el útero de la Pachamama. Las
madres son el vientre de la luna en el que se gestan los hijos de la tierra.
Hay una teoría poco científica que, al menos, deja la duda sobre el puente de los mundos. Dice que esa luz al final del túnel, que describen aquellos que han estado en el umbral de la muerte, es el mundo exterior en el orificio vaginal del canal de parto. Esta metáfora nos muestra, más allá de su verdad o no, que el momento en el que somos conducidos a la vida por la fuerza de una madre que empuja es siempre un ciclo de lunas de sangre, de gritos, de dolor y también, por todo ello, de potente transformación. Si la luz al final del túnel no fuera el inicio de la siguiente encarnación, sería el recuerdo del principio de nuestra vida en el final de la existencia. Un retornar al origen, un volver al útero gestante, un despertar interior a la verdadera naturaleza existencial en el ciclo completo de todas sus muertes y renacimientos.
Nuestra madre tiene el tiempo de la luna, mirarla es
iluminarse, saberse parte de una creación en movimiento, entenderse responsable
del ciclo creativo y encontrarse en esos ojos como en ningún otro sitio en el
mundo.
Cuando los ojos de una madre se cierran a la existencia
física, ella vive en ese espacio en el que somos nosotros mismos con nuestra
emoción genuina, con nuestro deseo primordial, con nuestra libido en carne
viva.
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